Pasaron más
semanas. Entraba en mí cuarto todas las mañanas, pero no sucedía nada. Teóricamente,
me sentía inspirado y cuando no estaba trabajando mi cabeza estaba llena de ideas.
Pero cada vez que me sentaba para pasar algo al papel, mis pensamientos
parecían
desvanecerse.
Las palabras morían en el momento en que levantaba la pluma. Empecé varios proyectos,
pero nada cuajó realmente y uno por uno los fui dejando. Busqué excusas para explicar
por qué no podía arrancar…
La trilogía de Nueva York. LA HABITACION
CERRADA
PAUL AUSTER
Muchas veces me encuentro así. Tal como lo describe el párrafo
anterior.
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